Manuel Astica Fuentes


(* Linares (Chile), 1906- † Valparaíso, 1996) activista sindical, periodista, polemista y escritor chileno. Considerado habitualmente como el cabecilla de la Sublevación de la Escuadra de Chile ocurrida en Coquimbo en septiembre de 1931. Concretamente actuó como secretario del llamado "Estado Mayor de las Tripulaciones". Llegó a involucrarse en dicho suceso tras enrolarse como despensero del acorazado Almirante Latorre a principios del mismo año. Los oficiales navales consideraron posteriormente su incorporación a la marina como un acto político premeditado, fruto de su cercanías al comunismo. En prisión, tras el fracaso de la rebelión, escribió una novela que mezcla la aventura marina y la ciencia ficción, girando en torno al tópico de una civilización perdida: Thimor (1932). Fue condenado a muerte, pero una amnistía decretada por la breve República Socialista de Chile le salvó la vida. En su primera juventud fue cercano a Clotario Blest y actuó como activista obrero en las oficinas salitreras del cantón Antofagasta. Fue redactor jefe del diario El Día de Talca, colaborador de La Unión y El Mercurio de Valparaíso. Vivió en esta última ciudad desde 1938 hasta su muerte. Rechazaba ser llamado poeta. Miembro, junto con Alfonso Alcalde y Eduardo Anguita del colectivo literario La Mandrágora. http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Astica
Para arreglar esta mesa
para arreglar esta mesa que cojea,
esta mesa en que como y en que bebo,
en que escribo y en que leo:
esta mesa que se le zafó una pata,
y, donde a veces, ya atardecido,
tiendo rústica carpeta
para algún juego de brisca rematada
con amigos y compadres de mi barrio
que, entre sota y rey, caballo y reina
entre bastos, entre oros y entre espadas,
levantamos como triunfo nuestras copas
colmadas de amistad...
para arreglar esta mesa,
los tarugos he buscado
en el polvoriento cajón de los tornillos
y los clavos mohosos y torcidos
donde se guardan olvidados
el tarro de la cola resecada,
el vencido alicates
y el martillo de cabeza desmochada,
el serrucho de dientes desgastados,
la lienza añadida con nudos marineros,
que alguna vez hizo bailar los trompos de la infancia.
He encontrado de todo
de todo cuanto en otra parte no se encuentra:
botones y oxidados prendedores de modas ya pasadas,
viejos tenedores desdentados,
el varillaje marfil de un abanico
con jirones desgarrados de sus sedas,
que ocultó las sonrisas coquetas de mi abuela;
cuchillos sin filo de acero ennegrecido,
espejos rotos, antiguas lapiceras fuentes ya obsoletas,
juguetes de lata sin sus ruedas,
ni sus cuerdas, ni colores;
un estuche de antigua geometría
con sus nidos de terciopelo viejo y carcomido
para el compás y el tiralíneas,
ese tiralíneas tan inútil, tan inútil
que jamás me funcionó o lo supe utilizar;
el enredo amarillento de un zig-zag de metro roto
que estirado ya no mide siquiera ni una vara;
la cabeza de yeso de una imagen degollada
que mi madre tenía por santa y milagrosa;
un gato de felpa, apolillado,
una pierna de tijeras, y un rosario de azabache,
el mismo que guió los rezos en familia,
con sus corridas de casas destruidas,
y al que sólo le restan, mutilados, los misterios...
Pero el tarugo, el tarugo no lo encuentro,
perdido y confundido
entre tantas cosas dispares y menudas,
tanta cosa ahora inútil y olvidada
...¿inútil? ¿por que inútil? ...
¿ Acaso inútiles son los recuerdos que guardamos
en los sitios silenciosos del espíritu
donde duerme, dulcemente, lo pasado,
un pasado que despierta entre el polvo del olvido,
cuando buscamos el tarugo necesario
para arreglar la mesa que cojea?

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